sábado, 16 de mayo de 2009

"Hace unos días se me rompió un zapato y salí a recorrer mi barrio buscando un zapatero. A pesar de que hace ya mucho tiempo que vivo en la zona, no había reparado en un local muy pequeño que estaba entre una casa antigua y los fondos de un supermercado coreano. Cuando entré, el lugar me conmocionó. Unos tubos blancos y largos sobre el techo daban una luz cálida. El ambiente era confortable, con zapatos de varios colores sobre las estanterías y olor a cuero en el aire. Una estufa pequeña calentaba el lugar. El zapatero - un hombre moreno de pocas palabras- me hizo un presupuesto por el arreglo. Y me dijo que ya hacía diez años que tenía ese local. Es decir que hasta que no lo necesité, no apareció. Sin embargo, desde hace tiempo y en silencio, este hombre hace simplemente su trabajo. Ser invisible, entonces, es una meta" Fabián Casas